Luna de sangre

Io, la primera luna de Júpiter, destacaba con especial intensidad a través de la escotilla de la nave de salvamento. Su rojiza superficie, salpicada de volcanes, aún era visible pese a la distancia. Y aunque la luz del sol desaparecía poco a poco tras la curva línea del horizonte, la cercanía del gigantesco planeta confería a su cara visible un aura irreal.

Dentro de la nave y enfundado en su traje espacial, el único tripulante que la ocupaba, manipulaba nervioso los controles para posicionar el vehículo en una orbita, que le permitiese abandonar el campo gravitatorio del satélite natural. A través del cristal del casco, su rostro se mostraba desencajado y sudoroso, preso de un reciente temor. Y su mirada, saltaba constantemente del panel de mandos a la ventanilla por la que se observaba el astro del que había huido tan precipitadamente.

Las manos del piloto se movieron con destreza y tras pulsar varios botones y accionar alguna palanca, la secuencia de reorientación del vehículo se puso en marcha. Un minuto después y tras rotar ciento ochenta grados, la nave ajustó su dirección hacia unas coordenadas específicas a dos días de navegación. El curso hacia la estación de salto GANÍMEDES había sido programado en la memoria del ordenador principal, y tan sólo restaba esperar a que los paneles solares acumulasen la carga inicial, que activaría la fusión nuclear del motor principal para alcanzar la velocidad de crucero; necesaria para trasladar a la nave y su ocupante hasta un lugar seguro.

Mientras los dígitos de la cuenta a tras, saltaban en una rítmica secuencia sobre la pantalla, el piloto cerró los ojos y respiró hondo. En ese momento las imágenes de lo ocurrido en los dos últimos días acudieron a su memoria, y el recuerdo de los compañeros que no habían podido escapar junto a él, provocó en su ánimo un acceso de ira, que lo llevó a cerrar con furia los puños frente a él.

En su mente se agolparon multitud de preguntas, pero por encima de todas, se abrió paso una de ellas. ¿Qué había matado al resto de la tripulación?


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Cuando tres meses a tras, la UAC (Union Aerospace Company) reclamó sus servicios como segundo piloto en la primera expedición de investigación geológica en Io, no pudo imaginar el trágico resultado que les esperaba a todos ellos. En ninguno de los posibles escenarios propuestos por los analistas aparecía un desastre de esas dimensiones. Los planes de contingencia ante posibles eventualidades cubrían desde averías técnicas de grado menor, hasta el traslado urgente de posibles heridos hasta la estación de salto más cercana. Pero la posibilidad de muerte de alguno de los integrantes de la tripulación estaba descartada, dado el alto nivel tecnológico existente y la más que sobrada experiencia en viajes espaciales de todos ellos. De hecho todo había ido conforme a lo previsto. El viaje hasta Io fue efectuado sin problema alguno, el aterrizaje posterior y la instalación de las cámaras de sustento vital, necesarias para proveer de oxigeno y medios habitables al grupo expedicionario, se realizó con relativa facilidad. Los primeros exámenes “in situ” del satélite y los primeros análisis del material extraído, auguraron un éxito sin precedentes, dada la riqueza mineral constatada. Todo había ido según los planes hasta aquella mañana, cuando tras regresar de un vuelo rasante para obtener imágenes de la próxima zona de excavación, halló los cadáveres.

Sus manos aún temblaban al recordar lo sucedido y aunque en ese momento miles de kilómetros lo separaban del lugar de los hechos, el temor aún acudía en oleadas hasta su mente, inmovilizándolo frente a la pantalla. Porque no había sido el impacto de la muerte de sus compañeros, lo que le había hecho correr despavorido a través de las instalaciones hasta la pequeña nave de salvamento para huir de allí, sino el estado en que encontró los cuerpos. Víctimas de una inusitada violencia asesina.

Todo había comenzado a complicarse cuando perdió la comunicación con la base de operaciones. De repente y sin que existieran signos de avería alguna, nadie respondía a sus llamadas. Sencillamente, el silencio se había adueñado de la radio. Preocupado por ello, había decidido volver sin finalizar su trabajo completamente. Tras aterrizar en la base, comenzó a observar los primeros signos de que algo no iba bien. Algunos objetos aparecían caídos y destrozados. Varios paneles de observación habían sido derribados y en un par de accesos, la iluminación había desparecido. Extrañas manchas parduscas formadas por un desconocido material viscoso se encontraban dispersas por el suelo y las paredes, sobre las mesas y los objetos, y junto a ellas aparecían otras de color rojizo. Alguno de sus compañeros había dejado las huellas de sus botas al correr precipitadamente y éstas desparecían de repente, borradas por una mancha de mayor extensión. Tras recorrer el último tramo de un pasillo que comunicaba con una sala utilizada habitualmente como zona común, encontró al resto de los integrantes de la misión, o al menos encontró lo que quedaba de ellos. La visión fue tan impactante que durante varios segundos permaneció de pie, en silencio, observándolo todo inerte, con la mente vacía de cualquier pensamiento. Después y cuando su cerebro volvió a tomar el control de su cuerpo, tan solo gritó. Gritó una y otra vez. Gritó hasta que sus pulmones quedaron vacíos, hasta que su garganta no pudo más. Y luego corrió. Corrió sin mirar atrás. Sin importarle si entre aquellos trozos de carne y bajo los miembros sanguinolentos quedaba alguien con vida. Corrió sin dejar de gritar y aún lo siguió haciendo cuando la pequeña nave de salvamento se elevó hacia la oscuridad del firmamento, mientras las estrellas centelleaban a su alrededor.

¿Qué desconocida y monstruosa bestia podía haber provocado aquella carnicería? ¿Es que acaso existía vida en aquella tenebrosa luna en orbita a Júpiter? ¿A qué brutal y despiadado enemigo se habían enfrentado sus malogrados compañeros? Su mente no alcanzaba a dar forma a aquello que aguardaba oculto en algún lugar de Io, pero la sola idea de que pudiese haberlo encontrado frente a él, le hacía llorar de terror. Cerró los ojos y entonó una oración mientras la nave seguía su curso imparable.



Fuera de la cabina, una larga antena de varios metros y veinte centímetros de grosor, utilizada como boya de posicionamiento, sobresalía bajo el casco de acero. Agarrada a ella, una oscura y extraña forma se mantenía fuertemente sujeta. En la prominente protuberancia que la coronaba, un vidrioso globo ocular parpadeó dos veces y después se cerró. Acto seguido la forma se encorvó y tensó sus miembros preparándose para el largo viaje.


J. G. B. - Septiembre, 2007


¿Qué decir de mi? Aprendiz de todo y maestro de poco. Aquí os dejo una pequeña muestra de lo que soy. Leves retazos de lo que me llena y lo que me inspira. Lo demas, aquello que es obvio, lo descarto por no ser de especial interes, ni para mi, ni para los que por aquí se dejan caer.

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