Melinda "zanahoria"

Melinda parpadeó una vez y la luna se volvió rosa. Parpadeó una segunda vez y a la brillante superficie del astro le salieron lunares verdes. En la tercera ocasión, una amplia sonrisa se dibujó en la cara visible del satélite. Tan amplia como la que mostraba el rostro de la señorita Beaumont, al comprobar lo avanzada que la pequeña se encontraba en el uso de la magia gesticular.

—Espero que hayáis prestado atención —Dijo la profesora al resto de la clase. Y a continuación agregó—. Deberíais aprender de Melinda en lugar de perder el tiempo con juegos tontos e inútiles.

Esa última frase la había pronunciado con especial énfasis, dirigiendo una mirada reprobatoria hacia la figura de Nicolás; el más torpe y haragán de todos los estudiantes que asistían a su clase.

—Para mañana quiero que os estudies la fórmula magistral para llamar a la lluvia. Y quiero que os la sepáis de memoria. Sílaba a sílaba. No quiero errores a la hora de entonar el cántico.

A su memoria vinieron las imágenes de la última ocasión en que intento enseñar a un grupo de alumnos el uso de la citada fórmula, y del terrible tornado que fue desatado por error.

—De hecho y para aprovechar el tiempo, vamos a dedicar la última media hora de la clase a leer el capítulo en cuestión. Abrid el libro de magia por la página 143 y comenzad a leer en silencio.

Todos los alumnos obedecieron a regañadientes y se pusieron manos a la obra con desgana. Todos menos Melinda, que con una pícara sonrisa en los labios dejó pasar las páginas del libro hasta llegar a la indicada y leyó vorazmente el contenido de la misma. Segundos después cerró el grueso tratado de magia y entornando los ojos memorizó las palabras que formaban el cántico. Cuando poco después los abrió, un ligero pero perceptible brillo emanaba de las pupilas de sus profundos ojos verdes. La señorita Beaumont, que no había quitado ojo a sus ademanes en todo momento, no pudo evitar sentir un leve temblor. Pues supo instintivamente que su joven alumna había comprendido en un instante la naturaleza de la fórmula y su modo de uso. Y aquello le provocó un sentimiento de envidia y admiración.

Envidia, porque la pequeña pelirroja a la que sus compañeros de clase llamaban “zanahoria” por el color de su pelo, tenía un poder innato para la magia. Y admiración, porque si a tan joven edad ya era capaz de comprender y controlar sus poderes, qué no lograría cuando alcanzase la edad adulta.

Sólo el tiempo lo diría, pero en aquel momento la señorita Beaumont supo que se encontraba frente a la que habría de ser, una de las más grandes entre todas las brujas.

J. G. B. - Octubre, 2007


¿Qué decir de mi? Aprendiz de todo y maestro de poco. Aquí os dejo una pequeña muestra de lo que soy. Leves retazos de lo que me llena y lo que me inspira. Lo demas, aquello que es obvio, lo descarto por no ser de especial interes, ni para mi, ni para los que por aquí se dejan caer.

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